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La magia de un rosal

per Alicia Coscollano Masip

Solamente disponemos de la magia con la que somos capaces de disfrazar la banalidad del mundo

Fui a comprar un rosal. Había un gran surtido de todos los colores, de todos los aromas y formas. Con follajes delicados. Poderosos trepadores reflorecientes…

 

Jesús Arnau Fresquet

Especialista en jardinería ecológica. Escritor. 

Una señora estaba trasteándolos con cara de no agradarle lo que veía. “Tanta fotografía -decía- y seguramente son falsas”. “Seguramente son débiles, se llenaran de pulgón, se los comerán los hongos, se verán amarillos y agonizantes. Serán en fin una decepción hasta que los arrancare, hastiada, y entonces plantaré un geranio que también morirá a causa de la mariposa africana”. “A la mierda”, concluyo encajando de mala manera la maceta que tenía en la mano.

Se fue sin perder el gesto de su rostro, entre cabreado y estar de vuelta de todo.

Afectado por aquella ducha de emociones negativas di una vuelta por el local y me entretuve inspeccionando las tijeras de poda y las azadillas. Al cabo de 5 minutos las imágenes de poda desplazaron las diatribas de la señora desengañada y volví a pasar ante el carry de los rosales. Ayudado por las extraordinarias fotografías de lo que supuestamente llegarían a ser aquellos pequeños retoños, muñones en realidad, que sobresalían apenas del tiesto, escogí una y después de leer las características la visualicé en mi imaginación, enredada en mi valla junto a la entrada, con sus vigorosos tallos de frondosa magnificencia. La vi levantando pujantes sus brotes orgullosos desafiando al cielo, vi las perfectas rosas con las gotas de rocío resbalando por sus inmaculados pétalos en las mañanas de abril. Las vi exhalar su intenso perfume en las tardes de agosto alentadas por una sinfonía de colores que envolvía amorosa mi jardín elevándolo al ámbito de lo sobrenatural. La morada de los dioses.
Con la pequeña macetita en mi mano me dirigí hacia la caja y pagué, aún en la ensoñación del paraíso de rosas.

Cuando iba a salir por la puerta me detuve de pronto como el que se da cuenta de que está a punto de romper algo valioso en un descuido. Me descubrí en la sensación de que aquella puerta era quizá excesivamente pequeña para que el rosal pudiera salir sin romper alguna de sus extraordinarias rosas y brotes.
Yo no llevaba un rosal. Era ya un tesoro. Un santo grial. Una herramienta de caricias emocionales aun antes de haber echado un solo brote ni una sola rosa.

Los métodos de jardinería deberían incluir un capitulo para la imaginación y modos de usarla positivamente.


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