Peñíscola era hasta los años 50 una población pobre y humilde, con tierras de secano y marineros. Hoy tiene hoteles, campings, apartamentos, urbanizaciones y chalets, muchos chalets. A ello contribuyó de manera decisiva el empresario madrileño Julián Mir y su entonces secretaria, trabajadora, socia y administrativa Felisa Rodríguez.
Felisa reivindica hoy el papel promocional de la localidad y todo el esfuerzo que realizaron en planificar el territorio y abrir pistas e infraestructuras para crear alojamientos turísticos. El Cid proyectó la silueta y excepcional belleza de Peñíscola al mundo pero años antes del rodaje, del que este año se rememora el medio siglo, ya había quien había puesto su ojo en este enclave del Maestrat a los pies de una Serra d’Irta totalmente virgen y presidido por un bello castillo repleto de historia. Dos años antes de la llegada de Charlton Heston a la localidad, Eugenio Julián Mir y Mir, un empresario madrileño del sector inmobiliario que un día conoció Peñíscola y se enamoró de ella, ya había promocionado por distintos países la localidad.
Mir tenía una inmobiliaria en la calle Alcalá de Madrid, cerca del teatro Alcázar. “Vinimos aquí a ver si había fincas y esto le pareció maravilloso y se enganchó tanto que dejó de ocuparse de todos sus negocios para centrarse aquí”, explica Felisa.
Inmobiliaria Mir SA y Cideca eran las empresas que trajeron hasta Peñíscola y se ocuparon de la compra-venta de terrenos, hasta convertirse en poco tiempo en los principales contribuyentes del término municipal por su promoción de terrenos en el sector sur del castillo. Su idea era ordenar y urbanizar 4,5 millones de metros cuadrados en una franja de 12 kilómetros de fachada que ocupaba todo el tramo litoral desde la Ratlla de Benicarló, hasta Irta y Alcossebre. Hoy buena parte de esta zona está protegida como Parque Natural. En sus carteles publicitarios vendían Peñíscola como el Capri español, donde encontrarían paz, sosiego, quietud y calma, además de tesoros de arte, historia y folklore. En esta época ya se destacaban “los selectos mariscos y crustáceos”. El grupo de empresas tenía oficinas en Madrid, Barcelona, Peñíscola y Valencia. La inversión estimada era de 194 millones de pesetas para la ejecución de seis hoteles y cinco complejos turísticos de apartamentos, piscinas, deportes, club náutico de Puerto Nuevo y Gran Hotel, un camping, club marítimo, supermercado, un motel, la urbanización Marycampo, un club inglés, casitas-estudios y rincón de artistas, según un presupuesto de diciembre de 1963.
El lenguaje publicitario de la época definía a Peñíscola como el centro de las costas de moda, que iban de Tarragona a Valencia “y en el centro Peñíscola, Joya del Mediterráneo”. Los folletos la definían como el máximo atractivo, eje e imán de todo el sector castellonense, futura capital turística del Noroeste español que irradiará sobre todo el litoral tarraconense y valenciano. Otras rezaban: “Hoy todavía esta región tiene los premios más bajos de toda Europa, tanto en terrenos como en transportes y costo general de la vida”. Otros de los objetivos de Mir fue el de traer inversores a la localidad. Para ello se entrevistó con empresarios de distintos países europeos para captar capital con el que desarrollar los sectores de las distintas urbanizaciones. Las publicidades ya entonces sugerían otras posibles excursiones de poblaciones con monumentos nacionales como la Cova dels Cavalls de Albocàsser, el barranco de la Gassulla de Ares del Maestrat, el arco romano de Cabanes, las iglesias de Sant Mateu, Morella o el monasterio de Santa María de Benifassà, entonces en ruinas.
En todos los muros de España junto a la propaganda de El Cid aparecieron los anuncios de la inmobiliaria Mir. Para ello Felisa obtuvo el permiso de la productora de Samuel Bronston, “con lo que nos ahorramos una buena denuncia, pero nos lo dieron por escrito”, recuerda.
Duros inicios
“La primera noche en Peñíscola lloré. Entonces solo había el Cabo de Mar, que era una fonda de mala muerte, sin cerradura en la puerta, que cerrabas con una piedra gorda, sin ducha y el wáter tenía una cuerda atada en la puerta que debías tirar para que nadie entrara cuando lo utilizabas. Peñíscola estaba llena de moscas entonces”, recuerda entre sonrisas.
En esta población y en Alcalà de Xivert fueron muchos los contratados por la mercantil para hacer la carretera de 17 kilómetros. “Antes nos cedieron los metros, hoy eso sería impensable para hacer la carretera”, asegura. Para ello utilizaron jeeps tipo los del ejército para moverse por las complicadas montañas, burros para colocar mojones y el chófer tenía una especial dedicación con la empresa. “Iba dando voces y a quien visitaba la oficina de ventas se les invitaba a una cerveza y es verdad que así se vendían mejor las cosas”, sonríe. Los primeros inversores de Alcossebre, gente de Teruel, los trajo Mir a la localidad. Poco a poco fueron abriendo pistas en dirección a Alcossebre a golpe de explosivos y con piedras machacadas y un gran esfuerzo humano. “Cuando llegamos aquí esto era un ayuntamiento pequeño que no tenía arquitecto ni nada. Traíamos aprobado el proyecto y comenzamos con la urbanización Edison, plantando pinos y haciendo la actual carretera sur”, recuerda.
Las parcelas se vendían sobretodo a catalanes y valencianos, gente sencilla, a plazos. Según recuerda Felisa, “era todo muy bonito y en esta zona querían hacer una zona para turismo de lujo, pero lo estropearon todo y destrozaron los pinos. Es desolador y horrible el urbanismo que se ha hecho en Peñíscola en los últimos años porque se están haciendo nidos”, asegura. De la propuesta ordenada de calles anchas, chalés y jardines a lo que hay en la actualidad “me parece fatal”, lamenta. Las primeras operaciones se firmaron ante el notario de Benicarló en 1959, como por ejemplo la escritura con una señora belga llamada Jehanne Marie Verbraeken.
Felisa fue la primera conductora del Maestrat
La llegada de Felisa Rodríguez, que conducía un auto por Peñíscola sorprendió a los locales por sus viajes frecuentes entre Benicarló y Peñíscola cuando la gente recorría en caravana este trayecto, al no existir ni un solo coche. De hecho fue la primera conductora de la zona. “En el año 1960 me saqué el carnet, pero ya llevaba tres años conduciendo sin carnet”, recuerda. Los desplazamientos e incursiones para ver fincas por Irta se hacían con burros, dormían en casetas abandonadas y comían algún cordero.
Mientras promovían la urbanización, pusieron en actividad un camping, el Edison, “de los más bonitos que había entonces en España y para poder ir trabajando”. A la inauguración vinieron las autoridades de Castelló. La gente iba repitiendo y los que venían de pequeños venían más tarde con sus parejas. Años más tarde lo cerraron por una denuncia a los anteriores arrendatarios cuando Felisa ya se había gastado cinco millones en adecuarlo. Un 28 de julio de 1968 falleció el señor Mir. “Entonces me quedé sola y la zona del camping ahora son edificios de cuatro plantas”.
El final de la historia ya fue más complicado para Felisa, que hoy tiene 91 años y vive en Benicarló. Para Felisa “Mir fue un hombre muy inteligente que se hacía sus propios escritos, buscaba dinero y se dejó la vida por Peñíscola”, resalta Felisa que quiere atribuirle el mérito de haber descubierto Peñíscola.
Todos los beneficios de su empresa en Madrid se gastaron en Peñíscola, en sueldos, inundó de pancartas las carreteras, planos, fotografías, avioneta, barcas, propaganda y fincas de algarrobos o maleza. “Un esfuerzo titánico personal que solo se puede hacer siendo un soñador que tenía el afán de crear y, no solo en beneficio propio que no lo tuvo, sino en el de Peñíscola”, agregó Felisa.